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2007 alejandro-tous.es

El Tiempo y los Conway en los Teatros del Canal - Crítica

El tema de la reviviscencia del pasado a través de una extraña sensación proustiana, que cualquier objeto puede procurar, ha tentado a diferentes autores entre los cuales recordaremos a Henri-René Lenormand, que en 1919 escribióLe temps est un songe,y posteriormente a César Vallejo, Alfonso Sastre y otros.Todas las obras que tratan del tiempo tienen un núcleo unitario, que varía según la cultura, el gusto individual y las percepciones psíquicas de cada autor. En la estela de J. W. Dunne, Priestley acomete con entusiasmo la incorporación al teatro de las nuevas ideas sobre el espacio y el tiempo que estaba ofreciendo la física del momento con las teorías de la Relatividad. Esta ruptura con el a priori kantiano de la linealidad del tiempo newtoniano en favor de una posibilidad de aceleración o ralentización, o incluso de una naturaleza circular de inspiración oriental que da cabida al retorno, adquiere por mano de Einstein un cierto ennoblecimiento científico que excitó la cultura de la época. Nuestro autor da un sello personal al tema con los típicos ingredientes de su teatro y de su fuerza dramática con un hábil juego de fenómenos, especialmente en las tres piezas vinculadas por el interés común del problema del tiempo.

EnEl tiempo y los Conwayse representa la vida de una familia en tres actos, de los que el primero y el tercero se desarrollan en 1919, mientras el segundo en 1937, ya en vísperas de una nueva guerra mundial. Aunque se trate del mismo día de 1919, los personajes tienen actitudes muy distintas en el último acto, porque parecen haber vivido ya lo que pasará casi veinte años después. En efecto lo que en el primero era alegría se convierte en preocupaciones y frustraciones. Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño han firmado esta conseguida versión de la obra de la que han elaborado numerosas variantes hasta llegar a la definitiva y esto se nota en la belleza del lenguaje.

Se trata de una obra difícil que sólo el pulso firme de Juan Carlos Pérez de la Fuente ha podido traducir en un magnífico espectáculo. Su montaje, como siempre muy cuidado, respetuoso del texto, pero imaginativo, ha conseguido representar magistralmente el tránsito del presente al futuro y posterior retorno, el paso de la comedia al drama, de los sueños llenos de esperanza a la derrota. Es Alan (Alejandro Tous) el personaje más sereno, sin sueños de grandeza, observador distanciado de la vida de cada miembro de la familia que afirma «superponemos los planos de lo que fuimos, haciéndonos inmortales en una tremenda aventura» y añade citando a W. Blake «la alegría y el dolor tejen un manto para el alma inmortal».

Uno de los grandes aciertos del director es la presencia del maniquí de sexualidad mixta que va y vuelve de un lado a otro del proscenio al comienzo de cada acto, marcando el tiempo inexorable, pero no único culpable de las peripecias de los personajes sacudidos por el dolor, pues nadie puede eludir la responsabilidadde sus decisiones. El espacio escénico sencillo y elegante presenta un salón de tipo neoclásico, cuyas paredes, con relojes murales, al final se inclinan hacia adentro en aura de curvaturas relativistas del espacio, acompañando el hundimiento de la familia y el derrumbe de sus intereses inmobiliarios. Perfecto el vestuario, adecuado a las diferentes épocas representadas.

Obtenido el clima necesario, también con la ayuda de la cálida luz de José Manuel Guerra, el director se concentra íntegramente en la dirección de actores, un elenco soberbio encabezado por la grandiosa Luisa Martín, autoritaria y egoísta, pero plenamente consciente del alcance de sus actos. Nuria Gallardo encarna con exquisita sensibilidad a una Kay que percibe más claramente que nadie la ruina que les espera. Su actuación es especialmente emocionante en el final del III acto. Román Sánchez Gregory (Ernest) exhibe una autocomplacencia descarada, mientras Toni Martínez, como Gerald, una indiferencia discreta, elegante y profundamente amoral. Muy buena la labor de las demás actrices. Los espectadores han apreciado, aplaudiendo con gran entusiasmo, un espectáculo rotundo y muy adecuado a nuestra época, sacudida también por otra crisis.

Dirección y escenografía: Juan Carlos Pérez de la Fuente.

Vestuario: Javier Artiñano.

Iluminación: José Manuel Guerra.

Intérpretes: Luisa Martín, Nuria Gallardo, Alejandro Tous, Juan Díaz, Chusa Barbero, Débora Izaguirre, Ruth Salas, Joan Helford, Ernest Beevers, Gerald Thornton.

Magda Ruggeri Marchetti

Fuente: http://noticiasteatrales.galeon.com/platea.html

Fotografia por Merrick (Spinnin 2007)